El Dr Livingstone era el más famoso y popular de los exploradores británicos. Un buen día salió de Zanzibar en dirección al Lago Tanganika y, seis años después, seguía desaparecido.
Ni que decir tiene que muchos le daban por muerto. Especialmente desde que varios miembros de su expedición regresaron a la costa y afirmaron que le habían visto morir.
En ese momento es cuando el señor Henry Stanley (con el tiempo, llegaría a ser Sir), periodista americano, comienza su narración:
“El 16 de octubre del año 1869, cuando me hallaba en Madrid, y en mi casa de la calle de la Cruz, me presentó mi criado, a eso de las diez de la mañana, un parte telegráfico expedido por el señor James Gordon Bennet, director del New York Herald, de quien yo era corresponsal. Rasgué el sobre y leí lo que sigue: “Vuelva a París, asunto importante”
Dos horas después tenía ya recogidos mis libros y papeles, cerradas las maletas y todo preparado. Como el tren correo no salía hasta las tres, quedaba todavía algún tiempo disponible, que aproveché para ir a despedirme de mis amigos.
[...]
Cuando llegué a París, fui directamente al Gran Hotel, donde estaba alojado entonces el director de New York Herald; llamé a su puerta, y contestó una voz:
-Entre.
El señor Bennet estaba ya acostado; pero se puso al momento su bata y me preguntó vivamente:
-¿Quién es usted?
-Stanley.
-¡Ah! ya sé; tome asiento; se trata de confiarle una misión importante. ¿Dónde piensa que se halla Livingstone?
-Verdaderamente, no puedo decirle nada, caballero.
-¿Cree que ha muerto?
-Es posible que sí; puede ser que no.
-Pues a mí me parece que está vivo y que se le podría encontrar y le envío en su busca.
-¿Al centro de África? ¿Su intención es que emprenda semejante viaje?
-Sí; deseo que parta, que encuentre a Linvingstone, y que traiga de él todas las noticias que pueda recoger; y … ¡quien sabe!… quizá se halle muy necesitado el infatigable viajero. Llévese todo cuanto pueda serle útil, guíese por sus propias ideas. Haga lo que mejor le parezca; pero encuentre a Livingstone.
-¿Y ha reflexionado, caballero, los gastos que ocasiona este viaje?
-¿Cuánto piensa que costará?
-Burton y Speke gastaron de tres mil a cinco mil libras, y yo temo que se necesitarán al menos dos mil quinientas para emprender semejante expedición.
-¡Pues bien! voy a decirle lo que debe hacer: tome ahora mil libras; cuando estén gastadas gire una letra por otras mil, y luego una tercera, y así sucesivamente; pero encuentre a Livingstone.
-¿Debo ir directamente en su busca?
-No; primero asistirá a la inauguración del Canal de Suez, y desde allí reomntará el Nilo: he oído decir que Baker iba a marchar hacia el Alto Egipto, y por lo tanto convendrá que se informe lo mejor posible acerca de su expedición. [...] Terminada esta primera parte de su cometido, será bueno que vaya a Jerusalén, [...] Luegopasará a Constantinopla [...] Pasando por Crimea, visite lso campos de batalla, y diríjase enseguida al Cáucaso hasta el mar Caspio [...] Después se irá a la India, cruzando por Persia; en Persépolis podrá escribir una carta interesante. Bagdad está en su camino [...] Y cuando esté en la India se embarcará allí para reunirse con Livngstone. Y ahora, amigo mío, buenas noches; páselo bien, y que Dios lo bendiga.”
¿Es esto el comienzo de una novela? En realidad no, aunque se parezca mucho. Es el inicio del libro que Henry Stanley escribió sobre su más famoso viaje. Uno de los viajes más espectaculares que jamás se han emprendido y que le llevó por primera vez al interior de África, pasando por regiones que jamás había visto ningún “hombre blanco” y donde encontró, vivo, al Dr Livingstone.
Pero empecemos por el principio. El Dr Livingstone era un pastor protestante que quería, bienintencionadamente, llevar el cristianismo a los paganos africanos. Para ello buscaba una ruta de acceso al interior del continente que permitiera la llegada de misioneros.
Siguiendo este propósito ya había atravesado el desierto del Kalahari (en la actual Sudáfrica) demostrando que no era, como se pensaba, el extremo sur del desierto del Sahara y que no estaba desértico todo el centro del continente (así de desconocida era la geografía africana). Había explorado también el río Zambezee y había descubierto las Catarátas Victoria.
Estos viajes habían servido para darle la fama, pero no le habían permitido encontrar una ruta cómoda para acceder al interior del continente. Con esta intención viajó hacia el Tanganika.
Durante la segunda mitad del sXIX, el interior de África fue dejando de ser un enorme espacio en blanco y poco a poco los europeos fueron construyendo mapas del continente. En la imagen aparece un mapa a mitad del proceso.
Henry Stanley, como nos cuenta en su libro, se encontró con África de casualidad. Como buen periodista, nos cuenta con estilo ameno y entretenido los pormenores de sus desventuras y, hay que decirlo, no oculta su profundo sentimiento de superioridad racial sobre todo aquel que no es de raza europea.
Era su primer viaje al interior de África, y su inexperiencia le costó varios sinsabores. Después de varias semanas dando vueltas, en las que conoció el hambre, la fiebre, la ferocidad de las hormigas y las avispas africanas (nada que ver con las europeas), el ataque de los cocodrilos y los leones, la guerra e incluso una sublevación de sus portadores, por fin encontró a un anciano hombre blanco en un pueblo a orillas del Tanganika:
“Mientras avanzaba lentamente, pude observar su palidez y su aspecto de fatiga: llevaba un pantalón gris, un chaquetón rojo, y una orra azul con galoncillo de oro. Hubiera querido correr hacia él, pero me sentí cobarde ante aquella multitud; hubiera querido abrazarle, pero él era inglés, y yo ignoraba cómo me recibiría.
Hice, pues, lo que me inspiraron la cobardía y un falso orgullo; me acerqué deliberadamente, y dije descubriéndome:
-¿El Doctor Livngstone, supongo?
-Sí, caballero – contestó con benévola sonrisa, descubriéndose a su vez.
Entonces nos estrechamos las manos.”
Necesariamente debía ser el Doctor Livingstone. No había ningún hombre de raza europea a cientos de kilómetros de distancia. Sus reservas sobre como le recibiría el inglés, puede hoy sorprender, pero no debemos olvidar que no hacía mucho más de cincuenta años desde la última guerra entre el Imperio Británico y su antigua colonia. La gran hermandad que hoy une a ambos pueblos anglosajones proviene principalmente de la II Guerra Mundial.
Stanley encuentra a Livingstone en una situación límite. Enfermo y, tras haber sido robado, prácticamente reducido a la mendicidad. Para Livingstone, la llegada de Stanley fue interpretada como un regalo de Dios, es posible que no hubiera podido sobrevivir sin su ayuda. Con el auxilio del norteamericano, el pastor emprendió su exploración del Lago, hasta identificar (acertadamente) que el río Cazembé no era el Zambeze, como se creía hasta entonces, y llegaron a la conclusión (errónea) de que era un afluente del Nilo (en realidad es un afluente del Congo).
Entonces se separaron ambos viajeros. Stanley, tras cumplir su misión, regresaba a casa. Livingstone por su parte, partía con la intención de despejar el gran misterio que llevaba inquietando a los europeos desde hacía más de dos mil años, los orígenes del Nilo. Nunca lo lograría, moriría años después sin haber vuelto a casa pero tras realizar importantísimos descubrimientos.
Stanley regresaría más adelante a África. Pero con otra mentalidad menos noble. Él mismo lo deja entrever al final de su relato sobre la búsqueda de Livingstone: “Con una suma suficiente, toda África se exploraría sin dificultad, y hasta se conquistaría, se civilizaría; y la veríamos cubierta de hierro en todos los sentidos. [...]¿no está abierto para ustedes todo el mundo[...]?”
Sir Henry Morton Stanley
Cuando realizó su búsqueda de Livingstone, no hubo ningún hombre blanco que contara su actitud con respecto a sus subordinados. Y cuando encontró al doctor, él mismo cuenta que se contuvo en infinidad de ocasiones para no desagradar al pastor.
Pero en su siguiente viaje al Congo, Stanley regresó con varios europeos que hablaron después sobre su injustificada crueldad. Stanley maltrató brutalmente a los nativos, los asesinaba e incluso llegó a arrasar pueblos enteros. Eran unos tiempos muy racistas, en los que se daba por supuesto que los africanos eran gentes inferiores a los europeos, pero aún así el salvajismo de Stanley le hizo perder la gran reputación ganada por su expedición en busca de Livingstone.
En estas condiciones, el Rey de Bélgica, Leopoldo I, le puso al mando de una operación que daría como fruto una de las mayores infamias de la historia de Europa (tiene mérito).
Al frente de un ejército de mercenarios, Stanley sometió brutalmente las tierras que, aproximadamente, hoy corresponden con la República Democrática del Congo (antiguo Zaire), sometiendo a sus habitantes a la esclavitud y matando a miles de personas obligandolas a realizar trabajos forzados. Este territorio fue denominado “Estado Libre del Congo” y no pertenecía legalmente a Bélgica, sino que era oficialmente un estado independiente gobernado por el Rey de los belgas. De esta forma, Stanley y sus secuaces eran libres de sembrar el terror sin acojerse a la legislación belga que, entre otras cosas, prohibía la esclavitud.
El periodista correría más aventuras. Pero seguramente su “Dr Livingstone, supongo” sería la más conocida… y la conquista del Congo la más importante.
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